Donde durante años hubo sueños de celuloide y gente haciendo manitas, sesiones matinales con reposiciones y posteriormente sueños de cantar un bingo…después…no hubo nada. La tan promocionada galería comercial que iba a unir la calle Duque de Hornachuelos con el establecimiento de El Corte Inglés de la calle Jesús María quedó en agua de borrajas. Ahora, formará parte de la ampliación de un hotel. Solo queda el recuerdo. Nos remontamos al 15 de diciembre de 1949. 

Hablamos del Palacio del Cine.

Era un cine cuya ubicación no fue decisión baladí. En el puro centro de Córdoba, el corazón de su actividad urbana. Antonio Cabrera decidió construir un cine moderno, elegante y de gran aforo. Conforme se acercaba el día de la inauguración, se notó la mano de la empresa en las informaciones que aparecían en el diario CÓRDOBA. «Soberbio, elegante, suntuoso, céntrico, amplio y confortable. Córdoba cuenta con un nuevo cine de primerísima categoría. El palacio del Cine, que el jueves abre sus puertas, con el estreno de la superproducción en tecnicolor «Así nace una fantasía», es la sala de espectáculos que nuestra capital necesitaba, construida con verdadera esplendidez y con el pensamiento puesto en el público, a quien se debe ofrecer siempre lo mejor de lo mejor«.

Más tarde hablaremos de la película «de estreno» en cuestión. Pero sigamos con la completa descripción del nuevo coliseo que iba a colmar las expectativas del público más exigente: «Uno de los mayores encantos del Palacio del Cine, es su amplitud en pasillos, salidas, salones y sus elegantes bares«. Tengamos en cuenta que todas las salas «de postín» tenían su ambigú en el interior del local, a veces más de uno, y no como ahora que, salvo palomitas de maíz y chucherías que podrían provocar una hiperglucemia al más pintado, cualquier parecido con los antiguos bares de los cines (ambigús) es pura coincidencia. Sigamos. «La inauguración de esta grandiosa y suntuosísima sala de espectáculos se celebrará con el estreno de la superprodución musical `Así nace una fantasía´, en la cual figuran los más celebrados ases del teatro, cine, radio, ópera y circo. Es un desfile fantástico de estrellas y de bellezas«.

O era familia de los de la Empresa Cabrera el plumilla o directamente se limitaron en el diario a transcribir el panegírico que la empresa les facilitó con tan fastuoso motivo. Algo nada raro, ya que en el mismo CÓRDOBA de aquellos años se ha podido leer una crítica desfavorable a una película y en días siguientes otra que la ponía por las nubes. Imagínense lo que sería con la apertura de un nuevo local en juego. Más. «A juzgar por los supremos atractivos del Palacio del Cine, estamos seguros de que será a partir del jueves el punto de reunión de las más distinguidas familias cordobesas, que ya cuentan con una sala elegante, suntuosa, magnífica en todos sus detalles. Por la pantalla del Palacio del Cine, desfilarán los estrenos de más éxito de las principales productoras norteamericanas y nacionales en una escrupulosa selección artística. A pesar del coste elevadísimo a que se ha elevado la construcción del Palacio del Cine, en sus funciones cinematográficas regirán precios al alcance de todos«.

El precio de las entradas se estableció en 8 pesetas la butaca para la sesión inaugural, un precio elevado para la época, pero el nuevo local exigía nuevos precios, ya que Antonio Cabrera había llenado la ciudad de rentables cines de verano, pero era necesario buscar un complemento competitivo al veterano Duque de Rivas frente a la competencia que representaban el Alkázar y el Góngora. No obstante, se volvió a los precios populares.

Y la película, » (…) la bellísima y original producción en tecnicolor, `Así nace una fantasía´. Este film es un alarde de vistosidad, gracia, alegría y dinamismo, una espectacular super-revista (…)» resulta que, a pesar de ser «un espectáculo fantástico de luz y color en ininterrumpido desfile de grandiosidad y optimismo» era una producción de 1938, algo añeja, teniendo en cuenta que ya iban llegando las producciones norteamericanas a las carteleras con regularidad y a los pocos meses de su estreno nacional, estaba producida por Samuel Goldwyn y dirigida por el dócil George Marshall, que en su carrera como director tocó todos los palos. Solo el aliciente del technicolor, la anunciada presencia de Adolphe Menjou y las canciones de los Gershwin, justificaban la presencia en la cartelera de una película que pasó con más pena que gloria por la cartelera, ya que el 18 de diciembre, tres días después, finalizó su proyección en el Palacio del Cine.

«Palacio del Cine. Con este nombre se denominará a la nueva sala de espectáculos que dentro de unos días será inaugurada en nuestra ciudad. Dotada del máximo confort y de los más modernos procedimientos, estamos seguros de que el público de Córdoba encontrará muy de su agrado la sala que tanto deseaba. Ha sido probada la instalación de cabina, compuesta de aparatos SUPER-OSSA (dobles) con linternas de alta intensidad y estamos convencidos de que no puede lograrse una mayor perfección. Aparatos iguales a los que han sido instalados en este nuevo local son los que tiene en Barcelona el mejor cine de aquella ciudad, el célebre WINDSOR PALACE y en Sevilla el COLISEO ESPAÑA, inaugurados o estrenados, éstos últimos en la temporada pasada. La perfección de las instalaciones, las condiciones técnicas, el gusto y la suntuosidad, harán que esta sala sea una de las mejores de España. Nada se ha regateado para lograr que en conjunto y por separado cada dependencia o servicio haya merecido un especial estudio para hacerlos confortable, suntuoso y grato». Y realmente fue una buena sala, acogedora, que incluso tuvo entre sus misiones precisamente acoger el concurso de agrupaciones carnavalescas en los años 80, cuando el Gran Teatro estaba siendo remodelado.

Vamos, el último berrido para una sala que ha formado parte de la memoria sentimental de varias generaciones de cordobeses y cordobesas; con sus asientos de color grana y los uniformes del personal de Sastrería Guzmán; corrían unos tiempos en los que ir al cine era la principal válvula de escape en una ciudad que dormitaba, que se iba desprendiendo de los chinches y el hambre de posguerra y comenzaba a entrar en una relativa modernidad, aunque habría de esperar a la eclosión de El Cordobés y la generalización de la televisión para asomarse al mundo. Atrás quedaron hitos de esta sala, como los 48 días de exhibición ininterrumpida de El último cuplé, que se estrenó el 28 de septiembre de 1957 con la sensación del momento, como era Sara Montiel, suponiendo un exitazo para la empresa o el sonado, por esperado, estreno de Los Diez Mandamientos el 22 de diciembre de 1959, con un precio de dieciocho pesetas la entrada. Aún faltaban dos años para que llegara la señal de televisión a Córdoba y el mayor espectáculo del mundo en esta ciudad era el cine.

Todos esos momentos se han ido desvaneciendo como lágrimas en la lluvia, como diría el replicante Batty. Y mientras tanto, poco a poco, el Palacio del Cine iba languideciendo junto a la bulliciosa Plaza de las Tendillas, convirtiéndose en un cine de reposiciones con sesiones matinales en las que lo mismo programaban Comando en el Mar de China que alguna película erótica, de esas que llevaban la calificación S; se fueron apagando los proyectores, se cerraron los cortinajes, enmudeció el patio de butacas, desaparecieron los uniformes de los empleados, cediendo la sala su espacio para jugar a los cartones. Y de ahí al cierre definitivo y al olvido. Como les pasó al Isabel la Católica o al Cine AlkázarY ya no hay cines en el centro de la ciudad, ni en los barrios. Son patrimonio de los centros comerciales. El Santa Rosa reconvertido en una tienda de los chinos, el Almirante cerrado hace décadas… Y quién no recuerda los cines Lucano, Fuensanta, Vistarama, todos ellos víctimas de la piqueta.