El 29 de enero de 1978 está marcado a fuego, nunca mejor dicho, en los anales de la reciente historia de Córdoba. Esa madrugada de domingo, la alarma cundió en la ciudad al declararse un incendio en la iglesia del convento de La Merced que arrasó el que estaba considerado el mejor retablo barroco andaluz, obra de Gómez de Sandoval, y afectó seriamente al resto del interior del templo. Las llamas redujeron a cenizas tanto dicho retablo como  otras numerosas obras de arte religioso. La acción de Miguel López Toledano, autor confeso del hecho, natural de Villaralto y de 20 años, camarero de profesión y antiguo monaguillo de ese mismo templo al que prendió fuego de manera más que premeditada, obedecía a una única razón, el rencor, que movió los hilos de una venganza absurda, ya que no había obtenido plaza en unas oposiciones convocadas por la Diputación Provincial. En un primer momento se llegó incluso a especular si había sido un atentado con motivaciones políticas, así de revuelto estaba el patio en este país, en el que los tiros, las bombas y los incendios provocados estaban a la orden del día, como si hubiéramos vuelto a 1933, el año del pistolerismo y la colocación de bombas por excelencia de la reciente historia española.

Eran las cuatro y media de la madrugada, cuando un camarero de la cafetería Aqua que se dirigía a su casa tras el cierre del establecimiento, observó que del techo de la iglesia salía humo. Inmediatamente, dio aviso de lo que sucedía y un amplio dispositivo compuesto por varios coches de bomberos y efectivos de la Policía Armada, Guardia Civil y Policía Municipal se desplazaron al lugar del siniestro. El trabajo de extinción de las llamas fue intenso y laborioso, ya que había varios focos, que habían extendido las llamas tanto por la parte del presbiterio como del coro, devorando las llamas el retablo en su totalidad y el órgano de la iglesia.

El académico y director de la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, Dionisio Ortiz Juárez, declaró al diario CÓRDOBA (único periódico cordobés en los quioscos) en calidad de director del Catálogo Artístico y Monumental de la provincia, que «lo perdido en el incendio es una cosa de tal magnitud que no se puede encerrar precipitadamente en un solo concepto de valoración. Sí le puedo decir que el retablo que ha ardido, y que ha desaparecido totalmente, era con toda seguridad el más importante retablo barroco de la provincia y, si no el mejor de España, uno de los mejores de España y del mundo«. Comentaba Ortiz que el resto de lo desaparecido por la acción de las llamas también encerraba gran valor y que la propia iglesia podría restaurarse, pero que lo que no podría rehacerse es «una maravilla como la que acaba de perderse«.

Según las últimas noticias recabadas, se había hundido la capilla mayor y corría serio peligro la cúpula que, en la mañana del domingo seguían ardiendo las armaduras que las sustentaban y no había manera de llegar a ellas con el agua para poder apagarlas. Ortiz, mientras esto ocurría, seguía haciendo balance de la enorme pérdida patrimonial sufrida: «Se ha perdido también el fresco (la aparición de San Rafael a Fray Simón de Sousa) que había sobre el coro y muchos relieves de las yeserías que adornaban la iglesia, que eran también maravillosas, También se ha perdido el órgano, que tenía muchísimo interés porque era dentro de su género uno de los más importantes que había por aquí«.

Imágenes del incendio de la iglesia

Pero no todo iban a ser malas noticias. Se había obrado un milagro, al respetar el fuego, afortunadamente, una de las piezas más importantes que albergaba La Merced: el Cristo de las Mercedes, una talla del siglo XIV, el relicario y algunas otras imágenes que, aunque habían sufrido daños, no habían resultado destruidas. El presidente de la Diputación Provincial, Manuel Santolalla Lacalle era contundente en sus declaraciones: «Verdaderamente es una salvajada, si es que es intencionado (…) Además de sentimiento personal, es el sentimiento como cordobés de perderse una de las joyas artísticas y religiosas de las que todos nos sentíamos orgullosos. Aquí no se puede hablar ni de valor, porque lo  artístico es incalculable (…)». 

El alcalde que regía la ciudad en aquellos desafortunados días, Antonio Alarcón Constant, no podía ocultar su tristeza ante los efectos causados por el incendio: «Esto es una cosa que no tiene nombre. Nada más entrar en lo que ha sido la iglesia de La Merced, causa una pena horrorosa. (…) he visto cómo el incendio ha sido producido en tres focos distintos (…). Es una lástima la joya tan inmensa y el valor incalculable que ha perdido Córdoba en este incendio«.

Por su parte, Rafael de la Hoz Arderius, arquitecto restaurador del Palacio de la Merced, a pesar de la tristeza y el estupor que le embargaban, ya hablaba de ponerse manos a la obra en las tareas de recuperación del templo: «Estoy desolado, completamente desolado. No puedo decir otra cosa. Lo que estoy es nada más que pensando en cómo se puede reconstruir. Queremos ya mismo empezar un  proyecto de reconstrucción. Las posibilidades de reconstruir son muy remotas, pero se va a intentar y los artistas cordobeses yo creo que son capaces«. Destruido también quedaba el trabajo realizado por De la Hoz Arderius y su equipo durante casi dos décadas: «Llevamos diecinueve años actuando sobre la restauración de la iglesia. En primer lugar recuperamos el espacio, porque había dos viviendas completas con todos sus servicios; luego también todos sus elementos estaban muy abandonados y destruidos, y se ha ido pacientemente, con la colaboración de todos los artistas de Córdoba, restaurándolos sin parar, con mucho tiempo y con muchísimo amor que han puesto todos». Y cifraba la pérdida material «elevadísima» en muchos millones de la época. Los cálculos estimaban varios cientos de millones de pesetas. 

Mientras esto ocurría, el presunto autor del incendio era detenido en la mañana del lunes. Se descubrió que durante años había sido interno del colegio de huérfanos y monaguillo. También las pesquisas permitieron averiguar que recientemente se había presentado a unas oposiciones para cubrir una vacante de cuidador en el Centro de Educación Especial dependiente de la Diputación sin haber obtenido plaza. Eso desencadenó su ira. Pero ahora viene lo más interesante. Además, se le intervinieron 100.400 pesetas y al ser interrogado en Comisaría, se confesó autor del hecho. Según se recogía en las crónicas, al parecer, en algunas ocasiones había llegado a realizar amenazas telefónicas contra el presidente de la Diputación y haber dañado su coche y otros muchos que había estacionados en el aparcamiento de la institución provincial, de ahí que estuviera en cabeza de la lista de sospechosos de la policía.

Ese dinero intervenido procedía del robo de la imprenta del propio Palacio de la Merced, edificio que conocía a la perfección el sujeto, de sus tiempos de monaguillo. Y el fuego no era más que una distracción para ocultar el robo perpetrado. La respuesta popular, tras la lógica consternación por lo ocurrido, no se hizo esperar. Inmediatamente, los responsables de las galerías de arte Juan de Mesa, Manuela y Art-Cuenca, al conocer la noticia, celebraban una reunión conjunta en la que acordaron tomar la iniciativa de abrir una suscripción popular destinada a recaudar fondos para la restauración del templo, en tanto que diversos artistas trataban de organizar una donación de obras para tal fin.

Habrían de pasar 36 años, más de una generación, para que la iglesia de La Merced reabriera sus puertas de nuevo en todo su esplendor. 36 años de trabajos de recuperación y rehabilitación, realizados por siete escuelas-taller, tras el pavoroso incendio que casi acaba con el templo y que destruyó una parte muy importante del patrimonio cultural andaluz. Gracias también al trabajo constante, entregado y vigilante del pintor y restaurador Eduardo Corona, una figura indispensable para conocer esta historia y que llevaba varios años colaborando con el arquitecto De la Hoz en la restauración del patrimonio mueble de la Casa Palacio. 

Imágenes de la Iglesia de la Merced restaurada

Un trabajo casi, casi terminado que quedó reducido a cenizas. Volver a empezar desde menos cero. A él, a este artífice del tiempo, dedicó unos versos Carlos Clementson, bajo el título Discurso barroco: «Lo que el fuego abolió, crece de nuevo/nace de sus cenizas (…) Lo que el fuego abolió, entre tus manos/fue de nuevo creciendo, germinando/como un árbol gigante de un perdido/paraíso en arrobo (…)».

Y, como despertando de una pesadilla que tuvo lugar 36 años atrás, abrió la iglesia de La Merced de nuevo sus puertas y pudo mostrarse al mundo en todo su brillo y esplendor recuperado en una fecha realmente destacada, la víspera de Nochebuena de 2014. Y aquel trágico suceso, del que en un lustro se cumplirá medio siglo, ha quedado en el recuerdo de las personas de mediana edad y en las hemerotecas de manera indeleble.