Apresúrese a ver Córdoba. Así de tajante figuraba en portada de la revista Triunfo del 20 de enero de 1973 uno de los titulares de los contenidos incluidos en dicho número de la publicación. Se trataba de un reportaje escrito por el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, ilustrado con fotografías de Zurita, en el que reflexionaba sobre el problema que supuso para España el haber llegado tarde a la Revolución Industrial y el que en el siglo XX, las ciudades paulatinamente se fueron planificando de espaldas a sus moradores, fenómeno aún más evidente con la «revolución del ladrillo» que vivió el país desde mediados de los años 50, acabando con el carácter propio de ciudades que «no han sido edificadas de acuerdo con la acepción actual del vocablo `planificación´», poniendo como ejemplo Cuenca, Toledo, Salamanca, Cáceres o Plasencia, entre otras. «Hoy, sin embargo, se tiende a la ciudad-igual, y las colmenas inhumanas lo mismo se edifican en Torremolinos o Sitges, a cien metros del mar, que en Badajoz o Segovia. El resultado de todo ello es el divorcio ostensible entre lo que la ciudad es y lo que debiera ser a tenor de los factores ecológicos, sencillamente porque la ciudad se planifica al margen de los ciudadanos, en armonía con los exclusivos intereses de un grupo de ellos«.
En palabras de Castilla del Pino, «a mí me interesa el pasado -las huellas de nuestro pasado- no sólo a modo de adorno que ofrecernos a nosotros mismos y a los que nos visitan, cosa de por sí bastante importante. Me interesa que el pasado perviva en nuestras ciudades y pueblos, porque, paradójicamente, satisface necesidades elementales que la nueva ciudad está lejos de dar cumplido fin. Me refiero al hecho de que estas ciudades y pueblos sigan siendo habitables (…)». Venía esto a colación del cambio radical que estaba sufriendo la ciudad en su fisonomía, en su carácter, que iba despoblándose poco a poco de edificios señoriales o cargados de historia, que iban sucumbiendo a la acción de la dejadez, el abandono y, por último, a la piqueta para derribarlos.
Era esa Córdoba una ciudad que merecía la máxima protección en casi todo su perímetro urbano, no solo el circunscrito a la zona de la Judería y entorno de la Mezquita. «Córdoba era una ciudad -y todavía lo es en alguna medida, aunque el futuro próximo se muestre en este sentido con tintas sombrías- que se podía habitar. Pero está dejando de serlo en virtud de una hábil y sutil maniobra. Se ha considerado un recinto monumental, y fuera del mismo se deja hacer, dentro de unas limitaciones que no son suficientes para evitar la pérdida del carácter que le ha sido propio. Pero Córdoba no será la misma porque se respete (?) el mínimo círculo de la judería y el que circunda a la Mezquita. El carácter de Córdoba está también en el barrio de Santa Marina, en La Piedra Escrita, en el conjunto de Santa Marta o de San Francisco, en la extensa área que comprende San Pedro, la calle de la Palma, de Alcántara, del Aceituno, la de Santiago y del Sol, el ámbito de la Magdalena…(…)».
Para el psiquiatra gaditano, afincado en Córdoba desde 1949, » (…) estas zonas aludidas y muchas más muestran el notable contraste entre lo que fuera remotamente la Córdoba árabe y judía y la que ha sido la cristiano-popular, salpicada de palacios y casas solariegas de la aristocracia rural. Usted puede pasear por Córdoba, sentarse en algunas de sus plazas, vivir la experiencia del testimonio directo de sus habitantes(…). Usted puede vivir la propia evolución histórica de la ciudad, las modificaciones sociológicas habidas, merced a los distintos signos que entre sus calles se ostentan (…)».
Pero el panorama mostrado por este incansable paseante de la ciudad va más allá y arrojaba datos desoladores sobre la conservación de inmuebles singulares de Córdoba; en suma, parte de su patrimonio. «Córdoba está como he dicho, dejando de ser. Y hay que reputar su devastación, ante todo, a la especulación del suelo. Pese a las tímidas limitaciones impuestas, sobre todo en lo concerniente a la altura, han sido sacrificados ya los palacios del conde de Priego (siglo XVI), del conde de San Calixto (XVIII), del marqués de Valdeflores (XVIII), del Vizconde de Miranda (XVIII), del marqués de la Fuensanta del Valle (XVI), la casa de los Ceas, popularmente conocida como `Casa del Indiano´; el Ayuntamiento (siglos XVI-XVII) y un conjunto de casas solariegas que sería prolijo enumerar (por ejemplo, en la plaza de San Juan, en la calle de San Pablo, en la Trinidad, etcétera). No sólo son pérdidas irrecuperables en tanto edificaciones simbólicas del pasado, que podrían ser perfectamente utilizadas hoy (…)».






Este era el caso de la construcción de la ilustración precedente, el solar que dejó tras su derribo por la Diputación Provincial el que fuera palacio del conde de San Calixto que, hasta su demolición, fue Jefatura Provincial del Movimiento y que se dedicó a la construcción de un bloque de pisos de estilo andaluz. Castilla del Pino carga con fuerza en varios casos para él tremendamente sangrantes: «Uno de los más graves atropellos arquitectónicos se comete actualmente en el que fuera palacio del vizconde de Miranda, hasta hace poco colegio de las Adoratrices. Los capiteles califales han sido vendidos a anticuarios. El palacio contenía soberbios artesonados«. Igualmente ocurre en el caso de la plaza de la Trinidad, donde fue demolida la casa en donde murió Luis de Góngora, pese a la oposición general y desapareció la placa que recordaba el hecho, siendo sustituida por otra que es casi imposible descifrar. Sobre el solar fue edificada la residencia del Opus Dei, y alberga actualmente el centro de estudios Zalima.
«En ocasiones, antes de la destrucción-construcción, se obliga a la empresa, como si fuera una exigencia drástica, que respete la fachada, y así vemos surgir engendros de pisos tras la fachada del ya demolido palacio del vizconde de Miranda; o tras la casa del Indiano, un artificioso decorado muy propio para un film de Imperio Argentina o Lola Flores. Cualquier ciudad del mundo habría encontrado usos para estas edificaciones, desde grupos escolares -Córdoba, tan necesitada de ellos- y Colegios Universitarios, hasta bibliotecas públicas, salas de concierto, teatro municipal, incluso hoteles o mesones, si no mediante el interés económico capaz de convertir en solar útil, si se le deja, a la propia Mezquita. Hoy están en peligro inmediato, por ejemplo, la casa del marqués de Boil y el soberbio palacio del marqués de Benamejí (…) y que ha sido durante años Escuela de Artes y Oficios».


Plaza del Vizconde de Miranda. Foto: Archivo
No mejor parado sale el monumento dedicado a Manolete en la plaza del Conde de Priego, del que dice que ya hubo una oposición encubierta a su erección y a su emplazamiento y que considera «uno de los más graves ejemplos de destrucción inimaginable» al demoler el palacio que daba a dicha plaza. «La destrucción comenzó emplazando allí el monumento a Manolete, horrendo pisapapeles de tamaño descomunal, que tiene el honor de figurar en la antología del mal gusto mundial«, según una publicación editada en Londres en 1969.
Y no cesa en sus reflexiones el psiquiatra respecto de las actuaciones que él denomina «peligrosa obsesión reconstructora» : «(…) hay que estropear definitivamente la puerta de Sevilla, único resto de arquitectura militar visigótica que poseemos, con bloques de piedra simulada; hay que pintarrajear de colorines absurdos la portada románico-ojival de la capilla mudéjar de San Bartolomé, o hacer que nos sonrojemos ante los que, al visitarnos, nos preguntan: `¿Pero, qué es eso?´, cuando contemplan la horripilante fachada del Hospicio (hoy Diputación), estucada para simular mármoles veteados. Y así sucesivamente».
Castilla de Pino comparte una amarga reflexión acerca del futuro de la ciudad en esta materia al final del reportaje de Triunfo: «(…) Yo me limito a decir que Córdoba me parecía muy bella y que, para mí también, no era intercambiable. Si usted, querido lector, pretende tener una idea de lo que Córdoba era nada más que hace diez años, ha de apresurarse. Porque de algo de lo que fuera puede no quedar huella alguna cuando venga, o, por el contrario, puede hallarlo todavía, pero bajo la forma de esperpento«.






Recuerden. Estamos en enero de 1973. Poco después, desaparecían bajo la piqueta el Teatro Duque de Rivas, el Círculo de Labradores, el Círculo Mercantil y a punto estuvo de caer también el Gran Teatro. Y también desaparecieron víctimas de la indolencia, el abandono o la especulación inmobiliaria zonas enteras de barrios como San Basilio o la Judería, que cambiaron gran parte de su fisonomía, además de otras construcciones singulares tanto civiles como religiosas. Hagan memoria y completen la lista.