La pandemia de coronavirus no es ni mucho menos la primera que sufre la población de Córdoba. Hace poco más de un siglo, entre 1918 y 1919, en plena Primera Guerra Mundial, apareció en el hemisferio norte la llamada gripe española. El nombre viene de la atención que se le prestó en nuestro país, ya que el resto de Europa estaba sumido en una tremenda contienda y estaba más pendiente de la evolución de la guerra que España, que se mantuvo neutral. El corresponsal en Madrid del diario británico The Times fue el primero en emplear el término de gripe española, si bien en nuestro país se intentó aplicar un nombre extranjero como el soldado de Nápoles o la enfermedad de moda.
Los historiadores creen que el origen de esta epidemia se encuentra en un campamento militar de Kansas, en el Medio Oeste de Estados Unidos. Esta nación envió al viejo continente a más de un millón de soldados y posiblemente la gripe llegó a nuestro país desde Francia, donde miles de españoles trabajaron aquel año en la vendimia. Los primeros brotes a este lado del charco se registraron en varias instalaciones militares de Burdeos y del Oise. Los síntomas eran leves en general y los médicos norteamericanos dieron nombre a esta nueva enfermedad como la fiebre de los tres días. Estos síntomas consistían en fiebre elevada, dolor de oídos, diarreas y vómitos ocasionales y cansancio corporal. La pandemia empezó a extenderse aún más conforme los soldados se desplazaban bien a los distintos frentes o cuando volvían a sus países de origen.
Los síntomas eran leves al principio y los médicos de EE.UU. llamaron a la nueva enfermedad la fiebre de los tres días
Los expertos no se ponen de acuerdo en el número de víctimas mortales que causó la gripe, que se propagó en tres oleadas, y las cifras van desde los 20 millones, la más optimista, hasta los 50 e incluso 100 millones, en un momento en el que la población mundial rondaba los 1.800 millones de almas. En España, la cantidad de muertes que se maneja es de 260.000, un 12% de la población del país, obtenida a partir de los registros de afectados por la gripe del Ejército de Tierra y la Armada, que atribuyeron al nuevo virus el exceso de fallecimientos producido en otras enfermedades respiratorias.
A diferencia del Covid-19, los grupos de edad más afectados fueron los de 25-34 años, seguido de los de 15-24 años. Esta gripe tuvo mayor incidencia y mortalidad en Madrid (como el actual coronavirus) y en el norte de la península y menor incidencia en Canarias. La media de mortalidad por gripe en España fue en 1918 de 8,3 por 1.000, frente al 7,6 de Alemania, el 17,2 de Italia o el 6,6 de Francia.
Los infectados en España llegaron a ser ocho millones, las autoridades tardaron más de cinco meses en declarar la pandemia y los servicios sanitarios se vieron colapsados. Se suspendió el curso escolar y el universitario, pero cines, teatros e iglesias siguieron abiertos, además de las plazas de toros.
El primer periódico español en hacerse eco del problema fue El Liberal. En su edición del 21 de mayo de 1918 dedicaba una columna de 30 líneas a la gripe bajo el titular La enfermedad de moda. «Desde hace unos días, Madrid se halla bajo los efectos de una epidemia, leve por fortuna, pero que por las malas se propone matar a los médicos a fuerza de trabajo«, arranca el artículo. «Hasta ahora los síntomas son bien claros: dolor de cabeza, escalofríos, flojedad general, fiebre poco alta y dolor de articulaciones, todo lo cual obliga a quedar en cama al paciente durante tres o cuatro días». Añade este rotativo que donde «más se ha ensañado» el virus es en los teatros y cita a varios actores y actrices que han contraído «la fiebre gripal, así la denominan». Concluye la información añadiendo que «como esto siga en aumento no habrá nadie quien pueda cantar aquello de Soldado de Nápoles. Y sería una pena». La prensa no se tomó en serio la pandemia, por lo que se ve. La pieza musical citada está incluida en la zarzuela La canción del olvido, de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw Iturralde y música del maestro José Serrano. El primero de ellos llegó a afirmar que la obra “… soportó heroicamente la terrible epidemia de gripe apodada El soldado de Nápoles, porque esta serenata era tan pegadiza como la enfermedad, aunque menos mortífera”.
El Gobierno Civil ordenó al vecindario «la limpieza y blanqueo general y esmerado de sus viviendas»
En Córdoba hay constancia de 47 fallecidos en 1918 y otros 68 en el año siguiente. El Diario de Córdoba, publicación que se editó entre 1854 y 1938, daba cumplida cuenta de las incidencias que tenía esta pandemia a nivel nacional. Por ejemplo, el 15 de septiembre de 1918 comunicaba a sus lectores que el subsecretario del Ministerio de la Gobernación informó a los periodistas sobre la epidemia de grippe (así se escribía en aquella época) que “ésta había empezado a decrecer en muchas poblaciones. Solamente en algunos pueblos de Huesca aumentaba y en uno se registraron ayer más de cien invasiones. Por fortuna presenta carácter benigno”. El alto cargo añadía que “se han adoptado todas las medidas necesarias”, frase que al parecer triunfó porque los políticos la siguen usando más de un siglo después.
Sin embargo, la cosa se ponía seria conforme entraba el otoño. El gobernador civil de Córdoba, Victoriano Ballesteros, siguiendo órdenes de Madrid, transmitía el 15 de septiembre la obligación de reunirse las juntas de sanidad de los distintos municipios «a fin de acordar la más oportuna y eficaz campaña sanitaria contra la propagación e invasión de dicho mal». El entonces ministro de la Gobernación, Manuel García Prieto, señalaba que las juntas «fijarán principalmente la atención en evitar en cuanto sea factible las aglomeraciones de individuos en locales cerrados» y se ordenó «al vecindario la limpieza y blanqueo general y esmerado de sus viviendas«, para recomendar «el eficaz aseo de las personas«.
Para ponernos en contexto hay que señalar que Córdoba tenía una población de 565.262 habitantes en 1920 (el registro más cercano a la epidemia) y que la esperanza de vida de los españoles era de 39,7 años para los varones y 41,72 para las mujeres. El país, con un censo de 21.388.551 habitantes, estaba gobernado por el Partido Conservador y el presidente del Consejo de Ministros era Antonio Maura. El impacto de la gripe en el crecimiento natural de la población fue enorme –hasta el rey Alfonso XIII enfermó– como también lo fue en el plano sanitario. Solo hay dos años en el siglo XX en los que la diferencia entre nacimientos y defunciones arroja un saldo negativo: 1918 y 1939. El primero refleja una caída mucho mayor que el segundo. En 1918 hubo una diferencia de 70.898 personas entre natalicios y muertes, mientras que en 1939 (término de la Guerra Civil) fue de 47.769.
Con una sanidad e higiene precarias, las enfermedades infecciosas eran consideradas como un problema gravísimo en nuestro país por su gran morbilidad y mortalidad, muy superior a las de casi todos los países de Europa, en referencia a Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, así como de América del Norte.
La mayoría de las muertes se produjeron por sobreinfección de bacterias, con el neumococo como principal germen
Se ha considerado que la cepa era muy virulenta, pero sin embargo la mayoría de las muertes se produjeron por sobreinfección de bacterias, según se deduce de las necropsias practicadas a víctimas fallecidas en ese periodo. De esa forma el Streptococcus pneumoniae, el neumococo, estaba posiblemente implicado en el 25 % de las muertes; recordemos que no se disponía aún de antibióticos. Ahora sabemos que la pandemia fue causada por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1.
Derivados del opio, aspirina y estricnina fueron empleados como remedios
Las condiciones atención a los enfermos, hacinados muchos de ellos en grandes espacios cerrados sin contemplar el aislamiento en un principio, la malnutrición y la pobreza hicieron el resto y se combinaron en el letal cóctel que ha pasado a la historia como la gripe española. En el verano de 1920 el virus desapareció de forma natural, quizás porque se quedó sin huéspedes que contagiar, unido a la menor densidad de población una vez acabada la guerra, y a una mayor cantidad de inmunizados, a pesar de que las medidas preventivas eran un desastre. El artículo estrella para luchar contra la propagación era una mascarilla de tela, de poca utilidad, y en el capítulo de sueros y vacunas hay que reseñar que un miembro de la Academia de Medicina reconocía que «tratamiento patogenético-etiológico no lo hay ni lo puede haber, porque se desconoce el germen único específico». Aun así, se aplicaron como remedios «sales de quinina, opio y sus derivados, yodo y yoduros, digital y sus derivados, acetato y carbonato amónicos, antipirina, aspirina, entorina, piramidón, esparteína y sus sales, cafeína y sus sales, estricnina y sus sales, adrenalina, colesterina, benzoato sódico, alcanfor, salicilato sódico, novocaína«, según figura en una carta enviada por al academia al ministro de la Gobernación.
No fue la única pandemia del siglo XX. Tras la gripe española apareció la epidemia de la risa en Tanzania (1962), la gripe de Hong Kong (1968) y la más letal que las anteriores: el sida, que desde 1981 hasta hoy se ha cobrado 30 millones de vidas y sigue activa. En lo que va de siglo XXI incluso se han registrado más epidemias: el SARS (2003), la gripe aviar (2005), la gripe A (2009), el cólera que se declaró en Haití en 2010, el terrible Ébola (2014) y el zika en América del Sur el mismo año.
Cierto es que la gripe española no es lo mismo que el coronavirus, y así lo considera la Organización Mundial de la Salud (OMS), y que las condiciones en que se desarrollaron los distintos episodios pandémicos son distintas. Pero de todas ellas se pueden sacar conclusiones. Sabemos que para combatir el virus es importante una cuestión de sentido común, con acciones tan sencillas como lavarse las manos, aislar a los enfermos o la vacunación (cuando la haya). “Un virus es un trozo de ácido nucleico rodeado de malas noticias” , dijo el científico británico Peter Brian Medawar. El de 1918 las dio y el coronavirus esperamos que no las dé tanto.