LUCÍA MONTILLA – INSITU DIARIO
En esta décima entrega de ‘Historias de la cuarentena’, una madre cuenta cómo su rutina ha dado un giro de 180 grados y cómo este año el cumpleaños de su hija ha sido una auténtica montaña rusa de sorpresas y emociones.
Hace ya mas de un mes que vivimos en una jaula para pájaros. Las alas se nos resienten y los colores se desvanecen. Somos como jilgueros desprovistos de su particular alegría, nos miramos al espejo y solo vemos el rostro desaliñado y apagado de aquel que vive preso. Sin embargo, aún el sol no ha dejado de entrar por la ventana.
Esther González trabaja en una frutería en el barrio de Fátima. Está felizmente casada con José Manuel Montaño y juntos tienen una niña que hace una semana cumplió 13 años. Su hija es la que le ayuda a sacar la casa adelante, dentro de sus posibilidades. «Si no fuera por ella no sé de donde sacaría las fuerzas», asegura.
Hace un año, su marido fue diagnosticado de un tumor en el cono medular. Esta noticia resquebrajó su felicidad y transformó su día a día. Fue operado y, aunque ahora tiene algunas secuelas, afortunamente todo salió bien «gracias al equipo médico» y a que José «es muy fuerte».
Desde entonces no puede valerse por sí mismo, su cuerpo no responde de cintura para abajo y anda con la ayuda de dos muletas. Su hija, la pequeña Esther, tuvo que madurar muy pronto para ocuparse de su padre mientras su madre trabaja en la frutería familiar. «Llevamos un año luchando los tres y tiramos para adelante«, añade Esther.
Asegura que estaban levantando cabeza y aguantando el tirón cuando un nuevo problema asomó por el marco de la puerta. El Covid-19, un encumbrado murmullo que constantemente acecha nuestra mente.
Explica que las medidas de protección en la frutería son muy limitadas porque solo han podido conseguir una mascarilla y un par de guantes para protegerse del bicho. Todos los días tienen que lavarlos y desinfectarlos porque «no son de usar y tirar». Tienen un teléfono para poder llevarle lo que necesiten a las personas que están más limitadas.
Cuando acaba la jornada y regresa a casa sus vecinos la animan desde los balcones, «me aplauden y me dicen que soy un pedazo de frutera».
Iba aguantando poco a poco como podía, pero a medida que acababa marzo e iniciaba abril, se aproximaba el cumpleaños de su hija. La pequeña ahora mismo, como todos los niños de España, no puede ir al colegio y su mamá intenta hablar un ratito con ella todos los días para ver cómo se siente e intentar animarla.
Piensa que su hija no echa de menos tanto la calle porque, a raíz de la enfermedad de su padre, tuvo que madurar mucho. Cuando Esther está trabajando en la frutería, es su hija la que ayuda a su padre en lo que necesite y limpia la casa.
Desde finales de marzo la Jefatura de la Policía Local de Córdoba ha autorizado a felicitar a los niños que cumplan años durante la cuarentena.
Cuenta que se le partió el corazón cuando su hija le dijo que este año no podría celebrar su cumpleaños con la familia y amigos. En un intento de alegrarle el cumpleaños, decidió escribir un correo a las direcciones habilitadas para que la Policía Local felicitara a su hija por su cumpleaños.
Sin embargo, muchos pequeños cordobeses cumplían años esos días y las peticiones eran inabarcables. La respuesta que recibieron fue que era humanamente imposible dar salida al gran número de solicitudes, por lo que atenderían «casos excepcionales en los que el menor se encuentre en una situación de especial atención».
Apenada por no poder hacer de ese día un día memorable, le comentó lo que le había pasado a su compañera de trabajo y esta, sin decirle nada a Esther, se lo contó a sus vecinos y se pusieron manos a la obra. «Se enteraron los vecinos y la pastelería de Don Pastelito. Le colgaron carteles en las ventanas y le hicieron regalos que la hicieron llorar todo el día. Nuestro amigo Paco de la pastelería le averiguó una tarta de cumplaños y nos la llevaron a la puerta de casa», asegura.
Cuando llegó de trabajar se encontró toda la calle adornada con carteles y globos, subió a su casa y comenzó ella también a adornar el balcón. Además, cuenta que «su señorita de clases particulares le preparó un súper vídeo con el resto de compañeros de clase y se lo mandó».
Afirma que este cóctel de emociones llegó a su culmen cuando inesperadamente «pasó un coche de la Policía Local y al ver los carteles se pararon y la felicitaron». Además, cuando llegaron las ocho de la tarde, como cada tarde, los vecinos salieron a aplaudir a los sanitarios, pero ese día estaba también la Policía Nacional y los bomberos de Córdoba. «Parecía que se hubieran organizado para hacer sonar las sirenas al mismo tiempo», comenta.
Este emotivo día llegó a su fin cuando los vecinos pusieron en sus altavoces la canción Cumpleaños feliz de Parchís y empezaron todos a cantarla para la pequeña. La familia y, sobre todo, la treceañera, nunca olvidará este día lleno de bonitas casualidades, solidaridad y mucho cariño.