Córdoba se ha despertado nublada y en estado de alarma. Parece que el clima presiente el animo de la ciudad. Las calles se encontraban prácticamente vacías a primera hora de la mañana. Solo algunas personas se atrevían a salir a pasear a sus mascotas en una urbe casi fantasma. Hasta los supermercados habían bajado su nivel de clientela. Sin embargo, los repartidores de comida a domicilio, como si de transportistas internacionales se tratase, no paraban de sacar pedidos de cajas de los almacenes destino a los hogares que ya han decidido hacer caso al Ministerio de Salud guardando cuarentena.
Según iban pasando las horas y el sol iluminaba las calles, la gente se iba animando a saltarse una de las principales medidas de prevención. A través de las cristaleras de las cafeterías se podía observar a la gente desayunando. Su comportamiento poco distaba de un día cualquiera. Únicamente los empleados se enfundaban sus guantes como si de cirujanos a punto de operar se tratase. También las tiendas de barrio abrían sus puertas, aunque con mayor cautela. Solo dos personas por vez, al igual que hacen las tiendas exclusivas. El resto esperando en la calle su turno. Las farmacias se unían a la prevención colocando una cinta de seguridad para mantener la distancia de un metro.
Andando por la calle la gran mayoría de los viandantes eran población en estado de riesgo de infección. Hablaban con desconocimiento de la situación «con paracetamol y un poco de reposo se pasa» comentaba uno de ellos. «Esta situación es un poco exagerada, no creo que vaya a pasar nada» respondía el otro mientras caminaban en una calle con la gran mayoría de comercios cerrados. Tan solo resistían El Corte Inglés y las tiendas locales.
Los principales monumentos de la ciudad también habían cerrado sus puertas a cal y canto, pero sorprendentemente continuaba habiendo grupos de turistas con sus cámaras dispuestos a fotografiar una Córdoba parcialmente vacía. Junto a ellos un matrimonio vestidos con sus mejores galas caminaban apresurados a una boda en la capilla de la Catedral. Inconscientes caminantes que desafiaban una pandemia mundial y un contagio fácilmente transmisible.
Ana María Barbero