Conciliación imposible: las madres de la guarderías cordobesas en pie de guerra

La pandemia hace que las escuelas infantiles dejen de ser lugares seguros y echa por tierra cualquier avance a la hora de compaginar maternidad y trabajo

Foto: RAM

LAURA GARCÍA – REDACCIÓN INSITU

Córdoba desescala paso a paso y, con ello, vuelve el trabajo presencial. De la misma manera que el sector educativo fue el primero en confinarse, también será el último en volver a la actividad asistencial. Andalucía decidió decir «no» a la reapertura de centros de educación infantil de 0 a 6 años el pasado 14 de mayo. Hasta entonces se mantenía entreabierta la posibilidad de reiniciar el curso en guarderías a partir del 25 de mayo para aquellos progenitores que no tuvieran posibilidad de teletrabajo ni de flexibilizar horarios. Con la decisión tomada, la gran duda es: ¿Qué ocurrirá con la conciliación laboral?

Las guarderías, terreno incierto

Según datos de la Junta de Andalucía, el 90% de las escuelas infantiles de la provincia se han acogido al programa de ayudas vinculadas al empleo. Esto supone un total de 185 centros educativos, con un gasto mensual de 15 millones para salvaguardar 10.000 puestos de trabajo. Dicho de una forma más simple: la Junta ha sufragado el 86% de lo que cuesta un niño en una guarderia, un total de 180,20 euros de los 209 que habituales. Esto significa que ese 90% de guarderías no han ido a ERTEs. Sin embargo, el montante total de guarderías concertadas y privadas de la provincia no ha podido acogerse al mismo amparo económico.

Lo cierto es que no existía ningún protocolo viable y seguro para la reapertura de guarderías. A nivel sanitario, es un sector donde la distancia de seguridad y las medidas higiénicas son prácticamente imposibles de garantizar. Y, además, la presumible caída de matriculados prodía provocar falta de rentabilidad en el negocio. La asociación Escuelas Infantiles Unidas, que recoge un total de 544 centros concertados y privados de Andalucía, ha llevado a cabo una protesta contra esas ayudas de la Junta, insufientes a su juicio: «El modelo de la subvención es una ratonera, han agotado para publicarla todos los plazos y además jurídicamente es muy cuestionable. Nos encontramos con el agua al cuello y ahora muchos centros ven los ERTEs como la mejor de las soluciones», aseguran en un comunicado.

Adaptarse o morir

Maribel y su marido trabajan en banca, en una entidad que no les permite el trabajo no presencial. Cuando el 12 de marzo anunciaron la clausura de centros educativos, ella decidió pedir una suspensión de empleo y sueldo de dos semanas para hacerse cargo de sus dos hijos: una niña de dos años y un niño de siete. Al finalizar esas dos semanas, «no nos quedó otra que pedirle a mi madre, que vive en la calle trasera a la mía, que se viniera a cuidar a nuestros hijos, incluso sabiendo que era población de riesgo«. «No podíamos contratar a nadie de fuera estando toda la población confinada», señala Maribel. Ahora, en fase de desescalada, la situación les permite contratar a una chica «que se quedará durante todo el verano». Maribel desconocía la negación de la Junta a reabrir las guarderías en mayo, pero reconoce que, de todas formas, «no iba a pagar la guardería de la niña mientras pagaba a la cuidadora…» y da gracias a que ellos han podido permitirse contratar a alguien de fuera. Reconoce que, de otra manera, «habría sido un completo desastre«.

Victoria tiene 32 años y es autónoma. Cuando se decretó el estado de alarma tuvo que cerrar Only One Complemetos, su tienda de la calle Cruz Conde. Eso le permitió dedicarse a su hijo, de dos años y medio, a tiempo completo mientras su marido continuaba trabajando en el sector alimentario. Antes de la pandemia compaginaba trabajo y vida familiar con la ayuda de dos trabajadoras. Ahora, para «tirar adelante», no puede reincorporar a esas dos trabajadoras, que se encuentran en situación de ERTE. «He pasado de estar 24 horas con mi hijo a no verle prácticamente hasta por la noche», indica. Ahora, quienes cuidan de su hijo son los abuelos, algo que «también me preocupa. Yo trabajo de cara al público y si yo me contagio puedo contagiar a mi hijo y que él contagie a sus abuelos…», apunta.

Amalia es periodista y su marido, administrativo. Ambos han estado confinados durante los dos meses de cuarentena, teletrabajando. Las circunstancias económicas no les permiten contratar a personal externo y el miedo al contagio evita que pidan ayuda a sus padres. «Muchos días tengo que elegir entre poder dormir un rato más o ducharme», asegura Amalia. Su hija, de dos años, exige atención constante. «Para mí está siendo un camino muy duro, son 24 horas ejerciendo de periodista, cuidadora, enfermera, psicóloga y todo a la misma vez«, reclama. Además, la niña ha desarrollado una total aversión a que su madre realice cualquier tipo de llamadas o acción con el teléfono. «Se toca el pecho y me repite la palabra ‘caso’, quiere que le haga caso», narra. Ademas, Amalia asume que la conciliación laboral para las madres es un imposible, y manifiesta que es una «gran mentira, con o sin confinamiento», y que el mercado laboral «no está preparado para asumir a las madres trabajadoras».