LAURA MARTÍN – INSITU DIARIO
179,3 kilometros separaban el trágico 28 de agosto a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, alias «Manolete», de su amada Lupe Sino, su único amor conocido por la sociedad y no bien visto por Dña. Angustias, madre de éste.
39 corridas le quedaban al dios del toreo para dar por finalizada su andadura en los ruedos, precursada por las faldas de una adelantada morena de ojos verdes, que las conservadoras miradas de Córdoba juzgaban con un contundente rechazo.
Ella vivida y él retraído fueron la combinación perfecta en el lugar más imprevisto. Un local de la capital, Ginos, en el que ver una moza de bien no era lo normal. Solo hombres de gran renombre y mujeres de la más baja cuna frecuentaban noche tras noche aquel ostentoso lugar para cubrir sus necesidades más intimas.
El torero fijó sus ojos en ella, pues pese a tantas corridas a sus espaldas, nunca había visto una belleza semejante. A ella, solo le bastó verlo torear una vez para darse cuenta la bravía del hombre de luces y borlas.
Un amor abocado al fracaso, desde el minuto uno fue grandioso y disfrutado por ambos durante cinco años, hasta ese fatídico día. Porque sí, mucho se habla de Romeo y Julieta, pero poco se ha hecho de ésta, una historia que hoy sería la novela perfecta.
Aquel día llegó y el destino o la traición no permitieron que Lupe Sino se despidiese de su amado. A saber qué pensó el torero al no ver aparecer a Lupe Sino por las puertas de su habitación del hospital, antes de partir para siempre. Lo que él no supo es que solo una puerta los separaba.
La mujer que podía haber sido su heredera, la más rica de esa época ni tan siquiera pudo velarlo. Pero ni eso le importó, solo guardó silencio y respetó su amor y la valía de su hombre por siempre.
Ella se casó con un hombre cuyo nombre ¡caprichos del destino! era igual a su gran amor torero, pero poco duró. Se divorció y se refugió en su Madrid, donde a edad temprana falleció probablemente para reunirse con su amor, donde ya si que sí nadie iba a poder separarlos.