Hace 90 años se produjo un grave accidente ferroviario en la provincia de Córdoba, que volvía a teñir de luto a varias familias como ya ocurriera por un accidente similar acaecido en 1920. Ocurrió el lunes 26 de diciembre de 1932. El Diario de Córdoba se hizo eco al día siguiente del descarrilamiento de un tren de mercancías, y a consecuencia del suceso «resultaron dos personas gravemente heridas. Se ignora la suerte que hayan corrido el jefe de tren y un guardafrenos que se suponen están debajo de los vagones«. El siniestro había tenido lugar hacia las once de la noche en el paraje denominado La Solsona (según la publicación) en las proximidades del Vacar. Y remarcaban al día siguiente: «Nueva catástrofe ocurrida en El Vacar«.
Los informes daban este primer parte de víctimas: dos heridos graves y dos desaparecidos. A las dos de la madrugada partió un tren de socorro con dos médicos y un practicante y personal para dejar expedita la vía. A las cuatro de la madrugada aún no había regresado el tren de socorro. En la estación de Cercadilla confirmaron al diario que el jefe del tren, Luis Guerra Delgado, y el guardafreno Rafael Belmonte Álvarez, habían desaparecido «suponiéndose que se hallan debajo de los vagones, pues éstos han quedado volcados.«
Locomotora Henschel del ferrocarril de Peñarroya en 1925. Foto: Archivo
Conforme pasaban las horas, las noticias serían aún peores. El desenlace sería desolador. La noticia tuvo alcance nacional. Periódicos como El Imparcial o ABC se hicieron eco de la catástrofe. ABC ofreció la imagen del convoy descarrilado, un accidente que se produjo tras un derrumbe a la salida de un túnel, achacado a un temporal que sufría la zona y que provocó el descarrilamiento del tren de mercancías que, partiendo de Córdoba, se dirigía a la localidad pacense de Cabeza la Vaca.
Por su parte, La Voz ofreció en la portada del día siguiente a la catástrofe sendas imágenes captadas en el lugar de los hechos y ya avisaba que tres cadáveres estaban pendientes de ser extraídos del amasijo de hierro y madera en que habían quedado convertidos los vagones. En la crónica de páginas interiores, se hablaba del «suceso horrible ocurrido en la madrugada última, en la línea de la Sierra, cuyo historial fatídico parece interminable y demuestra que la sucesión de tan lamentables desgracias nada pesa en las conciencias respectivas de los elementos directivos de la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, puesto que continúa la explotación de su negocio con pésimo material y lo que es peor sin condiciones algunas de seguridad (…)».
El convoy estaba compuesto por 32 vagones, la mayoría vacíos, aunque algunos iban cargados de brea y sal y uno con dinamita que afortunadamente no hizo explosión y la entrada al túnel era en pendiente hacia abajo. Según algunos testimonios, la posible trepidación provocada al pasar por ese punto pudo provocar el desprendimiento de tierra y rocas, la máquina incrustándose sobre un montículo formado por el desprendimiento, mientras los vagones, quizás debido a su falta de peso, montaban uno sobre otro reduciéndose a un amasijo de hierros y astillas.
Al amanecer se intensificaron los trabajos para recuperar los cadáveres de tres personas: el jefe de tren, apodado El Guerra, el de un guardafreno y el de un hombre joven que resultó ser hijo de uno de los directivos de la compañía. Mientras esto sucedía, llegaba la noticia de que los dos heridos evacuados, otro guardafreno y el fogonero, que presentaban heridas de extrema gravedad, habían fallecido.
En un editorial posterior, la publicación cargó contra el pésimo estado de la vía y el material «a todas luces inservible.» El Ayuntamiento de Córdoba dispuso enterramiento a perpetuidad en el cementerio de San Rafael para los cuatro ferroviarios fallecidos en uno de los accidentes más graves de ferrocarril a los que se ha enfrentado Córdoba y que dejó varias familias rotas.
Se da la circunstancia de que el sábado anterior al accidente de La Solana, en esa misma línea férrea de Belmez, a la altura del kilómetro 59, un tren de mercancías arrolló y produjo la muerte a Manuel Moyano Salcedo, de 19 años, natural y vecino de Pueblonuevo del Terrible. Según informaba el Diario de Córdoba «parece que dicho individuo montó en el mencionado tren en marcha, con el propósito de hurtar carbón y al descender antes de que aquel parara, cayó en la vía y las ruedas del convoy le destrozaron la cabeza y el brazo izquierdo«.
Y no era la primera vez que esta línea registraba un accidente de similares características con víctimas mortales, ya que en 1900 se produjo un accidente también con víctimas y en enero de 1920 se produjo en la misma línea un accidente ferroviario que arrojó un balance de siete víctimas mortales, aunque el misterio se cierne sobre este último siniestro, ya que apareció un número de víctimas y de heridos e ilesos inferior al número de viajeros que transportaba el tren. Lo dicho, la línea de Belmez mantuvo durante años el dudoso honor de ser una línea mortal.