Una aguja y un dedal que continúan con la tradición, dedicación y mucho amor por el buen vestir. Mercedes González Vega celebra el 14 de octubre, Día Internacional de la Costura, una de las profesiones más antiguas. González, una modista de 62 años, empezó a coser con 18 años, pero la costura es algo que lleva en los genes y que ha hilado toda la vida. Una «herencia» que ha recibido de su madre, también Mercedes, que cosía para muchas familias de Córdoba de la época. Una mujer todoterreno que enseñaba corte y confección, bordado, pintura, decoración y un sinfín de “todo lo que se hiciera con las manos”, recuerda orgullosa Mercedes de su madre.
Tras 44 años rodeada de madejas de hilo sirve igual para un roto que para un descosido, desde las batas que usaron en los hospitales durante la pandemia a los trajes de gitana que se metieron las cordobesas en la última feria.
Todas las clientas que conocían a su madre le dicen: “Eres igual que tu madre; cosa que tocas, cosa que conviertes”. No obstante, la costura requiere mucho amor y sacrificio. Estudió obligada magisterio en Sagrado Corazón, pues su madre no quería que se dedicara a la costura, pero “era lo que a mí me gustaba”. Terminó la carrera y se metió de lleno entre telas y botones.
La dificultad de coser un botón
Si bien esa faceta de maestra nunca la ha perdido, ya que enseña a coser, ser modista es “una profesión que no está pagada”. Lamenta que “faltan personas que sepan coser, es una profesión que va a terminar por no existir”. Coger el bajo a un pantalón y meter una cintura a una falda, pero lo que más le horroriza es reconocer que hay personas que no saben coser un botón. Apaños usuales y “pegos” que hoy en día no saben hacer.
“Faltan personas que sepan coser, es una profesión que va a terminar por no existir”
No todo es coser y cantar. Mercedes destaca su labor de asesoramiento en L’Atelier de Costura (avenida Manolete, 21) para lo que ha tenido que enviar incluso videotutoriales por Whatsapp para explicar cómo hacer el lazo de una comunión. Todo lo hace con amor, desde cuando te dice “esto no te pega” hasta “¡hija, que bien sabes llevar la ropa!”. Porque para la costurera es importante el conocer qué te sienta bien porque sino «me voy a meter un lote de trabajar y no lo va a lucir». Una sinceridad que es más que agradecida por su clientela. «No conozco a nadie como yo», asegura.
Técnica y experiencia
Lo más importante es tener visión. Para ella, el 80% es nato, el resto es la técnica y los años porque “cada día aprendes más y, a cada porrazo, te levantas y aprendes”. Cuenta que antiguamente existían las aprendices, aquellas que se dedicaban a “limpiar los talleres, llevar botones y recoger hilos y telas”. Asegura que eso ya no existe y ahí es donde se aprendía.
“Cada día aprendes más y, a cada porrazo, te levantas y aprendes”
Rodeada de decenas de madejas de todos los colores imaginables, de retales de tela y de cremalleras de todos los tamaños, Mercedes arregla un vestido para una boda. Vestidos de gitana, de fiesta, vestiditos para las niñas de la boda e incluso el exigente e ideal vestido de novia.
Alguna hazaña que recuerda es cuando le llegó el marido de una clienta para decirle: «¡Ay qué ver cómo iba mi mujer! ¡Desde que llegó a la feria se giraban para mirarla!». Y aunque fuera daltónico y no supiera identificar con exactitud el color del vestido, no hay mayor satisfacción que le feliciten por su trabajo.


Cuando recibe elogios con fotografías y audios, «la satisfacción da vestir a una madrina» y el que accedan a sus consejos con respecto a los colores y complementos. Mercedes apunta que cada detalle en su trabajo ha bordado «un conjunto, una envoltura» que ha dado lugar a lo que es hoy en día.
Un batallón de vecinas heroínas
Sirve para un roto que para un descosido y a su taller en la avenida Manolete 21 llega de todo. Pero sin duda, recuerda con gran emoción los inicios de la pandemia por la Covid-19. Ella y todo un batallón de vecinas fueron un grupo heroínas que muchos desconocen. Cosiendo hasta 100 mascarillas diarias y batas para San Juan de Dios y el Hospital de Reina Sofía, «ni me he enterado de la pandemia, ¡hemos trabajado tanto!».
Como si de buscar una aguja en un pajar se tratara, «una vecina me daba sábanas, otra lo que tuviera» y así, cada una aportaba telas. Para ella, «fue una locura», sin embargo, «esto vuelve a pasar y yo lo vuelvo a hacer y mis vecinas dicen lo mismo». Sin tiempo para cocinar o ir a hacer la compra, las horas pasaban solo para hacer mascarillas. Los maridos también se sentaban viendo la televisión mientras cosían las gomillas.
«Esto vuelve a pasar y yo lo vuelvo a hacer»


Una anécdota de las que son para enmarcar le sucedió el último verano cuando inició una conversación con una clienta médica en San Juan de Dios. Se preguntaba quién habría hecho las batas que les llegaban durante los momentos más duros de la pandemia sin saber que la tenía delante de sus ojos. Tal fue la alegría que no tardó en dejar una publicación en Facebook diciendo:
«Hoy me he llevado una gran alegría al enterarme que mi modista fue quien nos hizo las batas que tanto nos han ayudado en este año para protegernos y lo siguen haciendo. De forma totalmente desinteresada dedicó muchísimas horas para poder ayudarnos, de corazón… y seguro que de parte de todos mis compañeros ¡GRACIAS! Qué verdad que es, que este virus solo lo podemos parar unidos. Ojalá pronto, lo próximo que me hagas sea un gran traje de gitana y cambiemos el plástico por los volantes.»
Mercedes sigue enviando mascarillas por toda España y ahora «estoy más puesta en cosas de nenes que nunca». Diseños de todo tipo y también al gusto del consumidor más pequeño. Doraemon, Pokemon, Sony, Minnie… Ahora, con la máquina de coser al frente y entre nervios y felicidad, se prepara para el matrimonio de su hijo para acabar los vestidos de las invitadas y, el más importante, el de su nuera.
Reportaje gráfico y vídeo: RAM