El Gran Teatro de Córdoba vibró con la magia y el talento de Silvia Pérez Cruz durante su esperado concierto en el marco del 42º Festival de la Guitarra. Desde hace semanas, todas las entradas se habían agotado, lo que evidenciaba la expectación y admiración que despierta esta talentosa cantante catalana.


Un equipo de músicos, de altísimo nivel, actuó junto a la cantautora en un espectáculo que el público difícilmente olvidará. Muchos de los allí presentes estarán evocando aquella tarde hoy, como si de un regalo se tratara. Acompañada por Carlos Montfort (violines, percusión, trompeta y teclados), Marta Roma (violonchelo y trompeta) y Bori Albero (contrabajo y teclados), ante casi mil personas, la artista demostró su gran eclecticismo musical y su faceta de multiinstrumentista: la cantante maniobró con soltura de un instrumento a otro, al tiempo que cantaba de forma impecable, sin perder nunca el control de la voz y la respiración, y sin dejar que la emoción la traicionara, como solo pueden hacer los artistas sobresalientes. La artista catalana ha pasado por la guitarra, el saxo, los teclados y los sintetizadores, reminiscencias de los años 90, justo los que coinciden con la juventud de la cantante, una juventud a la que dedica el momento azul, el segundo movimiento de la vida que forma parte del recorrido por cada fase vital, que es el tema principal del nuevo álbum. Por eso, sería difícil definir su estilo y personalidad tan versátiles: tradicionalista pero a la vez ecléctica, sofisticada, con experimentación incluso electrónica. Al fin y al cabo, como ella misma canta, «nombrar es imposible».






Una voz frágil pero a la vez poderosa, emotiva a ratos desgarradora, que llega directa al corazón del que la escucha, sin obstáculos. La actuación es casi terapéutica y Pérez, con su sonrisa y simpatía, consigue perfectamente empatizar con el público incluso sin música, contando anécdotas de viajes, bromeando o dejando cantar al público, creando coros mágicos dentro del teatro. La alegría que la caracteriza encima del escenario, sin duda alguna se trasmitió al público.
Como ella misma quiere exponer en su nuevo álbum «Toda la vida, un día», este es una reflexión sobre las distintas etapas de la vida y el fin de esta, interpretado como un paso de transformación. Tanto en el directo como en el propio álbum, cada movimiento tiene una sonoridad distinta, iluminación, disposición en el escenario, etc. El primero, la Infancia ilumina el Gran Teatro de color amarillo, los músicos y la cantautora comienzan tocando «cerquita» queriendo transmitir el cuidado de unos y otros que caracteriza la niñez. El segundo, la Juventud se refleja de color azul, el autotune y los sonidos experimentales nos transportan al caos de la juventud. El tercero, la Madurez se presenta con la intimidad de un dúo junto a Carlos Monfort y el verde dando color al escenario. Esta etapa, como la cantante afirma representa «necesidad de cuidar a los que quieres y a los que te hacen bien. El movimiento de la Vejez es más clásico, con más peso del sonido y de las cuerdas. Es la etapa de la lentitud y destaca principalmente por la solemnidad de percusión y voz. La última etapa, el Renacimiento es la más rítmica y alegre de todos los movimientos, el público se vuelca con la cantautora.










Fotos: Insitu Diario
La entrega y el virtuosismo de Silvia Pérez Cruz cautivaron al público presente en el Gran Teatro de Córdoba, quienes no escatimaron en aplausos y ovaciones durante toda la velada. Sin duda, este concierto se convirtió en uno de los momentos más destacados del Festival de la Guitarra. Su Pequeño Vals Vienés cierra un concierto lleno de emoción dejando una huella imborrable y profunda en los corazones de todos los asistentes. Este espectáculo, como la misma Silvia Pérez Cruz nos recuerda sirve para «cuidar la cultura y ella nos cuidará a nosotros».