La que se armó cuando llegaron los peliculeros a Córdoba con su Carmen

En 1922 Córdoba volvió a convertirse en plató del largometraje Carceleras, de José Buchs, basado en la zarzuela homónima

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Tenemos que remontarnos a 1915. Un equipo de cineastas de la productora catalana Segre Films decidió realizar una adaptación de la Carmen de Merimée algo sui generis, una muestra más del cine costumbrista de ambiente andaluz tan en boga en el primitivo cine español de las dos primeras décadas del siglo XX. No sería la primera versión de un film basado en el personaje de la cigarrera, que era un auténtico filón a nivel internacional que promovía una imagen de España de pandereta que sería divulgada gracias al cinematógrafo por todos los rincones. En 1911, la Hispano Films, productora de Barcelona, realizó Carmen o la hija del bandido, y se dedicó a profundizar en años sucesivos en el tema del costumbrismo andaluz en películas como MagdaDiego CorrientesLa chavala o Amor andaluz. En el extranjero, en el año que nos ocupa, se realizaron varias películas sobre el mito Carmen, incluída una parodia a cargo de Charles Chaplin o las que en tono serio realizaran un Cecil B. de Mille y un Raoul Walsh que ya apuntaban maneras y que contaron como protagonistas con dos de las actrices más famosas de la época, Geraldine Farrar y la primera «vampiresa» del cine, Theda Bara, rerspectivamente.

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En enero, un equipo técnico a las órdenes de José de Togores, se trasladó a Córdoba para filmar los exteriores de una película de corte taurino, titulada La otra Carmen. En el Coso de los Tejares se rodó la secuencia de la cogida y muerte del torero que ha enamoriscado a Carmen y que motiva el suicidio de esta. El Diario de Córdoba reprodujo el 19 de febrero de dicho año algunos pasajes de un artículo de El Guadalete publicado días antes bajo el expresivo título de Las películas de Andalucía, en el que dicho corresponsal del diario jerezano en Córdoba advertía:

«Prevengo a mis paisanos, no sean sorprendidos en su buena fe, que anda por estas tierras de Andalucía una compañía de peliculeros impresionando cintas cinematográficas para exhibirlas probablemente en el extranjero, que es donde estas cosas de andaluces llama más la atención. Sería loable y digno de encomio que estas empresas se dedicaran a reproducir nuestros monumentos, nuestras catedrales, nuestras calles y plazas, nuestros santuarios, nuestras ermitas, nuestras costumbres, nuestros tipos clásicos y todo cuanto existe de bello y excepcional en esta tierra de María Santísima; pero dedicarse, y de ahí el aviso, a reproducir imaginarias escenas representadas por personas que ni son andaluces y por tanto la ropa de majos y chulos les va una mijita desigual, ni las costumbres ni los hechos que quieren llevar a la película son realmente una copia fiel de la vida andaluza, es de todo punto censurable y dio lugar a que la prensa cordobesa protestara a su debido tiempo y diera la voz de alarma a los pueblos comarcanos por si caía sobre ellos en forma de plaga la tan distinguida compañía de peliculeros«. Hala, la escopeta bien cargada contra los hombres del cine, encabezados por el director José de Togores. El plumilla jerezano iba a ir clavando cada uno de los clavos del ataúd de una producción fílmica en proceso de filmación, mientras desgranaba los motivos de su aversión ante tamaña afrenta perpetrada por los «peliculeros«. Para que los lectores tuvieran elementos de juicio por el motivo de esta protesta, «voy a darles una idea de la peliculita que aquí han sacado«, afirmaba el cronista de El Guadalete.

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«Se titula Otra Carmen y su argumento es el siguiente: una señorita de la aristocracia cordobesa se halla locamente enamorada de un novel matador de toros y presenciando esta joven una corrida en la que su apuesto galán luce sus arrestos toreriles, es cogido por el terrible astado y muerto en la enfermería rodeado de la citada joven, su familia, aficionados y público en general, (vamos, que en vez de una enfermería parecía un mercado en hora punta), y, no pudiendo resistir tan terrible pena la enamorada señorita, se tira de cabeza al río. ¿Quieren ustedes más detalles? Allá van. Entre las escenas a que dan lugar estos amores, se celebra una fiesta andaluza en la casa de la interfecta con asistencia, naturalmente, del fenómeno, y la terminación de aquella juerga se produce por la inevitable intervención de la clásica navaja, que sale a relucir y se arma una zambra de puñaladas que ríanse ustedes de los tiempos de José María (el Tempranillo) y Diego Corriente«.

Bien. Tenemos un tipo absolutamente informado del plan de rodaje, que asistía al mismo, o con una garganta profunda entre el equipo que le iba chivando las tomas realizadas durante la jornada. Y la imagen de navajeros de los andaluces parecía un leit-motiv recurrente para todos aquellos que escogían tipos, localizaciones o temas relacionados con esta bendita tierra y sus habitantes. Sigamos.

«Bueno, el patio de una casa aristocrática de Córdoba, donde se celebra esta fiesta, es el patio de una fonda, donde asiste toda la compañía de peliculeros ridículamente vestidos de majaderos y acompañados de todo el que le ha venido en gana salir también en la película, así es que calculen ustedes qué público tan abigarrado representará la familia de la señorita aristocrática. Aún hay más. Antes de dirigirse a la plaza el día de la corrida, toreros y majas se detuvieron en el Club Guerrita y allí se les impresionó otra película para unirla a las demás. Díganme (…) si han visto alguna vez este detalle de que los toreros se detengan en el Club Guerrita antes de ir a la plaza, y sobre todo si es costumbre, ni aquí ni en ninguna parte de Andalucía, que las señoras vayan vestidas de majas a lucir su garbo en el Club, ni en el café ni en ninguna parte«.

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Teniendo en cuenta lo rematadamente malos que hemos sido y seguimos siendo a la hora de poner en celuloide o televisión una ficción ajustada a la realidad, aunque parezca un contrasentido, no nos extraña que hace más de cien años, y con el cine aún en mantillas, hubiera personas como el corresponsal de El Guadalete que se mostrara, habida cuenta la ojeriza que ya había demostrado por los participantes en la producción de La Otra Carmen, absolutamente beligerante con quienes querían mostrar una visión falaz de los andaluces y andaluzas, anclada en el tipismo más rancio y que tanto daño hacía a esta tierra y a sus moradores. Así lo hace sentir:

«De modo que cuando debíamos procurar por todos los medios imaginables para que se borrase de la vista y del pensamiento de los extranjeros esa ridícula leyenda que de nuestras costumbres tienen formada por exageraciones de unos y mala intención de otros, nos venimos en pleno siglo XX a remachar más el clavo tratando de reproducir unas escenas ficticias y del peor gusto para que continúe nuestra bochornosa fama de chulos aperreados«. Ahí queda eso. Después de filmar en Córdoba, el equipo cogió los bártulos y se dirigió a Granada, donde ya estaban con las uñas sacadas tras la denuncia efectuada por la prensa cordobesa. Pues poco ha cambiado el cuento en este siglo transcurrido. La imagen estereotipada del andaluz sigue siendo la del gracioso, ocioso y amante de la juerga y el vino y vago…Desgraciadamente, la película se da por perdida, por lo que no podemos analizar con un siglo de diferencia el resultado del trabajo de unos catalanes que se empeñaron en describir Andalucía y a los andaluces tal y como lo hacen actualmente algunos de sus puñeteros paisanos y descendientes. La película se da por desaparecida, por lo que no podemos evaluar el resultado final.

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En 1922 Córdoba volvió a convertirse en plató del largometraje Carceleras, de José Buchs, basado en la zarzuela homónima, que es un auténtico desfile de postales de la zona monumental de la ciudad califal y que ha sobrevivido al paso del tiempo y la volatilidad del nitrato. El mismo Buchs volvió a repetir argumento y localización en 1932 para rodar la versión sonora de este film, que, desgraciadamente, se da por desaparecida.