Córdoba se ha convertido en un maniquí de un escaparate. Casi paralizada por completo. Con la misma ropa hasta nueva temporada. Esa en la que se vuelva a salir a la calle, y la gente no continue siendo prisionera en sus casas. Se mantienen a flote como hojas de azahar flotando en el agua de una fuente.
El placer de unos se paga con la reclusión de otros. La población ha dejado de hablar por miedo al contagio, solo algún susurro se escapa por las callejuelas. Como si de una guerra se tratase, los militares han tomado la ciudad. Observados a su paso por la atenta mirada de la España actual, que pasea a sus perros sin parar. Nunca un animal había caminado tantos kilómetros en tan poco tiempo.
Arrodillada una mujer mira unos papeles como si estuviera rezando para que todo esta acabe. Y en la calle los taxistas esperan a que alguien les pida un viaje rumbo a la libertad.
Ana María Barbero