Con el despertar del alba, del pasado 13 de abril, comenzó uno de los cinco pilares del culto islámico celebrado cada año por miles de generaciones desde su arraigada historia: el Ramadán. Este se distingue por ser el mes del calendario lunar árabe que marca el momento más sagrado del islam, la etapa del año en la que el fiel devoto experimenta la relación de mayor intimidad entre él mismo y su creador mediante la cohibición de sus impulsos y deseos más intrínsecos y terrenales. Se trata, por tanto, de una época de gran connotación religiosa para los seguidores del islam que recuerda la revelación divina del Corán que hizo el ángel Gabriel a Mahoma, quien lo transmitió al resto de la humanidad, según sus creencias.


Concretamente, este año la celebración del Ramadán se extenderá hasta el 12 de mayo, periodo de tiempo durante el cual todos los musulmanes del mundo deberán abstenerse de beber, comer, fumar y mantener relaciones sexuales desde la aparición de los primeros rayos de sol hasta su puesta al final del día. Solo al llegar la noche podrán celebrar una gran cena en la que los platos dulces serán los protagonistas de cada velada.
En esta ocasión, Kamel Mekhelef, presidente de la Asociación de Musulmanes de Córdoba, cuenta para Insitu Diario cómo vive este mes lunar la comunidad musulmana que habita la provincia cordobesa: «Todos sabemos que lo banal es a su vez material: la comida, la bebida, las relaciones… Por lo que abstenernos de todo esto nos permite, en cierto modo, elevarnos espiritualmente. La meta final del ayuno del Ramadán no es, por supuesto, perder kilos ni ponerse ciego de comida por la noche, sino acercarnos un poco más a nuestro creador».
Por esta razón, los musulmanes consideran el ayuno como un acto de adoración a su Dios, un acto en el que la presunción y las apariencias no tienen cabida. «Cuando acudes a la mezquita a rezar, la gente ve que estás rezando. Dar limosna o ayudar a los otros también son actos que pueden observarse desde fuera, pero el ayuno no. Lo llevas en secreto y es por eso por lo que los musulmanes lo entendemos como un acto de total intimidad entre el ser y su creador», explica Kamel.
No obstante, a pesar del carácter tan personal y reservado que se le atribuye a esta celebración, los musulmanes están habituados a recibir un gran número de huéspedes en sus hogares por estas fechas y a ser ellos mismos quienes les inviten a acompañarlos en sus casas para romper el ayuno a la hora de la cena. El año pasado el Ramadán coincidió en época de confinamiento domiciliario, por lo que todas estas tradiciones se vieron suspendidas: las mezquitas estaban cerradas y las familias no pudieron reunirse, pero este año —a pesar de restricciones como la del aforo máximo permitido en espacios cerrados— la celebración del Ramadán parece ser algo más prometedora.
Desde la mezquita El Morabito, en la plaza de Colón, Kamel Mekhelef observa cómo la población musulmana de Córdoba se acerca, al fin, este año a rezar respetando las medidas que pueden guardar dentro y fuera de ella. A pesar de su tamaño reducido, la mezquita El Morabito ha acogido a miles de creyentes islámicos a lo largo de los años desde su creación en 1940. Su origen se remonta a finales de la Guerra Civil, cuando Francisco Franco la ofreció como obsequio a los soldados musulmanes que le asistieron: la Guardia Mora. Aunque no siempre funcionó como mezquita, en la década de los 90 el exalcalde Julio Anguita le devolvió su función primaria, pero para entonces la población musulmana en la provincia era tan pequeña que no tenían imán para dirigir el rezo en El Morabito. Kamel llegó por estas fechas a Córdoba. Por un tiempo ejerció de imán en la mezquita y más adelante fue nombrado presidente de la Asociación de Musulmanes de Córdoba. Desde entonces, ha visto crecer a la comunidad musulmana en la ciudad.
Con motivo de estas fechas, y dada su experiencia, le preguntamos si había percibido con los años un descenso del culto religioso pese al aumento de islamitas en la provincia. No tardó en contestar convencido de su clara respuesta: «La religión es una necesidad. Tal vez exista algo menos de inclinación por su práctica hoy en día, pero sigue habiendo personas que guardan una relación íntima con su creador, personas que tienen fe y que actúan acorde a sus principios independientemente de la edad. Creo que este es un tema innato al ser humano, una necesidad de aquel que siempre tiende a buscar las respuestas a las preguntas: ¿De dónde venimos? ¿Qué hacemos aquí? ¿A dónde vamos? Por este motivo creo que todos tenemos una semilla dentro que está ahí para llamarnos siempre a buscar a nuestro creador y que solo florece cuando uno encuentra esa relación de intimidad entre ambos, algo a lo que la ciencia no puede responder».
BERTA SANTIAGO. Foto: RAM / Vídeo: Miguel Valverde