Silencio permanente. Una ilusión perfecta. Que deja escuchar sonidos olvidados. El agua del rio Guadalquivir murmura a San Rafael, que contempla a Córdoba vacía. Solo el ruido de los trabajadores rompe la calma de los pájaros que sobrevuelan la ciudad.
El viento que corretea por las callejuelas, ha cerrado de un portazo los hoteles. A su paso ha clausurado los patios de flores. Y las pocas risas que se escuchan, provienen de los azoteas.
Los cordobeses, a pesar de su deseo interno de pedir a su patrón, lo han dejado desnudo de plegarias. El lampadario que le besa los pies se ha apagado. Únicamente aguanta una vela, que ilumina la ilusión de la gente. Aguanta los momentos más oscuros sin darse por vencida, pues sabe que su luz es la esperanza que tanto se necesita.
Ana María Barbero